Por Luis Valentín Ferrada V.

De carácter reservado y juicios moderados,  transmitidos en la intimidad casi siempre a media voz, y desde la perspectiva del periodismo por la que ha sido más conocido don Agustín Edwards, ha reunido él de manera natural la virtud que desde antiguo exaltó la escuela histórica chilena.  Don Juan Pablo Urzúa, célebre diarista, la sintetizó en una  frase: “Camino  por la vereda de la sombra, mientras los más siempre quieren ir por la más luminosa del sol; desde esta posición, con distancia e independencia, puedo apreciar y juzgar los modos y  direcciones  que ellos llevan”.

Propietario y Director por largos años de la empresa que publica los  más influyente medios del país, rara vez ha figurado el señor Edwards en ellos; creo no recordar que les haya ocupado para emitir una opinión personal contra nadie. Nunca se ha defendido de los  ataques personales, ni ha ocupado el arsenal publicitario que disponía para demostrar su verdad.  

Se reconocerá que todos o casi todos quienes han escrito o hablado acerca de él, jamás le han conocido personalmente. Tampoco ha permitido que quienes han compartido su amistad lo hicieran por él.

No ha sido tampoco el señor Edwards -al decir de Vicuña Mackenna- el mero secretario de actas del acontecimiento bueno o malo sucedido en el país… Como a tantos les hubiese gustado para no verse expuestos al examen periodístico crítico de sus actuaciones. Vivamente consciente de la responsabilidad que significa sobrellevar la historia del que todos llaman “el decano” de la prensa nacional, ha comprometido su vida en la conservación y progreso de ese legado. Tarea trascendente, pero muy difícil, ingrata, invariablemente expuesta, por su misma naturaleza, a la malquerencia de aquellos que un periodismo enmendador de rumbos debe juzgar –no como personas, sino como actores sociales- para ser fiel a su misión irrenunciable.

Empero –y esto es lo que nunca pudieron aquilatar quienes no le han conocido– no ha sido en el periodismo, a pesar de su importancia,  donde don Agustín ha encontrado, de acuerdo a su auténtica personalidad, el ambiente en el cual su espíritu despliega el vuelo alegremente, con mayor confianza y gusto personal.

Su pasión ha sido Chile y su historia; y, dentro de ello, la  vida tradicional de nuestro pueblo campesino y sus especiales formas culturales, porque allí presagia él –como sus amigos–  se encuentra el último refugio del alma nacional y la expresión nítida de nuestra  verdadera  identidad .

“No es que los chilenos seamos mejores ni peores que los demás … sencillamente, somos diferentes. Y esa diferencia no se encuentra en las grandes ciudades,  que al fin son todas más o menos iguales en el mundo, sino en los pueblos campesinos de una y otra nacionalidad”. Esto se lo hemos oído repetir ciento de veces.

Heredó del primer Edwards que llegó a Chile en los años del 1800 –su tatarabuelo- el sentimiento del patriotismo.  Edwards inglés, médico, recién llegado al país, no dudó en hacerse Cirujano del Ejército Libertador al cruzar los Andes, auxiliando a nuestros soldados en Chacabuco y  Maipú. El Doctor Edwards fue el primer extranjero que recibió la nacionalidad por gracia, otorgada por O”Higgins. Este es el título más valioso que siempre el nieto exhibe ante sus amigos.

Pudo don Agustín, por varias razones diferentes, comportarse entre nosotros como un extranjero de paso. Nació en Europa (durante el exilio político de su abuelo), y allí hizo sus primeros estudios; viajó por todos los rincones del mundo, por su profesión y contingencias de su vida; pudo sumarse  sin dificultades a la ola de ‘internacionalización’ que ha alterado de raíz las formas de vida de los chilenos en los últimos años; pudo en fin, del mismo modo, participar activamente en  los ambientes de 'élite’  en los cuales es naturalmente reconocido. Nada de esto.

Don Agustín junto a sus huasos se ha sentido a sus anchas. Lo suyo es el campo y el campesino chileno, sencillo, modesto, humilde, donde un buen caballo puede representar  el bien más valioso,  y  una vieja manta, raída por los años, la prenda más elegante que puede lucirse como si fuese escudo o bandera.

Allí donde basta un vaso de vino tinto, un mate caliente en invierno, el trinar de dos espuelas y la lealtad franca que  prodiga  el humilde peón de nuestra tierra, encuentra el señor Edwards junto a sus amigos el lugar donde  los sentimientos  puedan volar sin los temores  feroces que despiertan los funestos días que las circunstancias actuales nos deparan.

Junto a nuestro pueblo campesino –comprendo que para muchos puede ser difícil imaginarlo-  es donde el verdadero rostro y personalidad de don Agustín Edwards se retrata más fielmente.  Por esto es que, en nuestro mundo campesino, es donde se le aprecia  y valora por muchísimas personas sencillas,  a lo largo del país. Muchísimas personas quizás invisibles para la ciudad de este tiempo que, ensoberbecida, desprecia no solo la voz de nuestros campos, sino también las voces más auténticas de nuestra historia. 

Pero, tarde o temprano, la Patria volverá  a tener su primavera; y, será entonces que don Agustín y sus amigos campesinos, podremos presentarnos llevando en las cuencas de nuestras manos las semillas de chilenidad conservadas con respeto y cariño durante este tiempo en  que el espíritu de nuestra nacionalidad ha pretendido ser negado de tantas y tan tristes formas.